RECUERDOS

Este texto se ha publicado en el libro de artista "Límites y recuerdos" que se expondrá en abril de 2011 en el Palacio de la Audiencia. Son los recuerdos que se han recogido, bien en el buzón habilitado para ello en el mercado, o bien via mail. Se han estructurado de una forma ordenada para organizar su lectura. Y se exponen aqui de forma literal al libro para compartirlos con todos.







Los recuerdos del mercado se han materializado en este libro que recoge mi intervención del mercado y los recuerdos que generosamente me han ofrecido numerosas personas con nombre y apellido, bajo seudónimo y otras de forma anónima. 

Recuerdo con cariño los recuerdos bajo la línea trazada en el mercado. Recuerdos que me han enviado, que me han contado y los que he vivido en este lugar.

Qué este texto y estas imágenes sirvan para recordar el edificio, y sobre todo como homenaje a las vivencias se tuvieron en él, de la gente que trabaja o ha trabajado en el mercado, de personas que compran diariamente, semanalmente o cuando se puede (con el nuevo trote de la vida moderna), o de gente que pasó por allí cuando se realizó el proyecto, por casualidad.
Pero sobre todo sirva para disfrutar de algo surgido de lo “trágico” que puede tener la desaparición de un lugar, pero viviéndolo con normalidad por qué los tiempos mandan y la vida cambia.

Qué bello es vivir la vida viviéndola y recordándola, como decía Cela, se vive de esta manera dos veces. (Estoy de acuerdo). Y que estos recuerdos hagan que se revivan tantas veces como lectores lean este texto.

Comienzo a recordar con mi propio recuerdo del mercado. El recuerdo con el que incitaba a los usuarios del edificio a contarme los suyos, desde la puerta principal, colgado en una pancarta.

- “Hace dos años volví al mercado a comprar. La mayoría de los puestos estaban vacíos y algunos cerrados, me dio mucha pena. Cuando era pequeña iba con mi madre y siempre estaban los puestos llenos de gente. Comprábamos en la carnicería que estaba más llena, mi madre pedía la vez y charlaba con alguien en la cola. “¿Por qué venimos a esta carnicería?” Y ella me respondía que eran del pueblo de al lado del suyo y que tenían buena carne.
Yo esperaba con paciencia, al final la carnicera, que era tocaya mía, me solía regalar un caramelo de limón... esa era mi recompensa por haber acompañado a mi madre. Este puesto ahora está cerrado.”

Me da pena que habiendo tenido tanta vida ahora estén cerrados casi la mitad de los posibles puestos. Recuerdo escribirlo con la intención de exponer la realidad del edificio, realidad que cuentan algunas de las personas que me han enviado un recuerdo. Un vendedor del mercado dice:

Hoy como comerciante del mercado de Abastos de Soria echo de menos aquella época tanto por ser un momento de mi vida que ya pasó, como por ver un mercado lleno de vida.

Pedir recuerdos es pedir una parte de uno mismo y no es fácil. Me cuentan cómo son las personas emblemáticas del mercado, anécdotas, vivencias, costumbres, lugares, sensaciones, olores, trozos de infancia, vivencias de madurez y otras que intentan contarmelo todo. Es difícil y lo entiendo, me dicen: Me pides un recuerdo del Mercado… Así… en singular… Imposible. Mi recuerdo es plural. Y plural quiero que sea el texto que acompaña a las imágenes de mi línea del recuerdo.

- Son recuerdos de mi adolescencia, cuando mi madre me daba más responsabilidad: “Vé a coger la vez en el puesto del pescado mientras compro la carne”. 

La “vez”, ese algo intangible pero de gran importancia y que exigía poner mucha atención en quien te la había dado, fijándote, por ejemplo, en el color del abrigo u otras pistas. Porque perder la “ vez” podía ser algo catastrófico, y por cuyo motivo se organizaban verdaderos tumultos; “me toca a mi”, “no señora, usted ha llegado después”, “pues no, porque…” y “ a usted, ¿quién se la ha dado?”. Y el nerviosismo, cuando veías que se acercaba tu turno y tu madre todavía no había comprado la carne… Y las bolsas de malla, tan ecologistas, sustituidas hoy por las de plástico, tan contaminantes… Y el papel en el que envolvían el pescado…

Son recuerdos de un ama de casa, con hijos, para la cual, la visita al mercado es obligatoria. Son recuerdos de sensaciones: El mercado en invierno, pasando frío, con nieve; el mercado en verano, multicolor: verdes, amarillos, rojos… de verduras y frutas.
Son recuerdos de sonidos: de murmullos; de conversaciones en corrillos, donde la prisa que teníamos en la cola se desvanecía…; de los que voceaban, enumerando las excelencias de su mercancía…; de la amabilidad de los tenderos, que siempre me parecían verdaderos reyes detrás del mostrador.
El mercado, un escenario en el que hemos interpretado nuestro papel de compradores durante mucho tiempo y por el que hemos paseado todos los sorianos.


Los recuerdos que me han llegado son positivos. La gente recuerda lo bueno, las buenas experiencias. Muchos tienen sabor, incluso olor y sobre todo anécdotas de la infancia, porque la infancia es un momento que rememoramos con cariño. ¡Qué rico me sabía aquel caramelo de limón que me daba Gloria la carnicera!, alguna vez me lo daba Emilio su marido, dependiendo de quién hubiese atendido a mi madre. Aquí hay algunos recuerdos vividos por distintas personas en su infancia:


- Recuerdo cuando iba con mi madre a comprar pan a la plaza. Entonces en el pueblo sólo teníamos pan de hogaza y nos ilusionaba comprar el pan de barra. 



- Hola mi nombre es Fátima y soy de Soria. Desde pequeña he visitado el mercado semanalmente con mi madre. Mi mejor recuerdo es un pequeño arco con unos salientes donde había un teléfono, cerca de la pollería donde Laura atendía a mi madre tan alegre, y en este pequeño sitio, no se qué es lo que tendría de especial, pero mi hermana y yo estábamos deseando llegar para sentarnos en los salientes del arco, era como una pequeña cuevita donde me he divertido mucho. De hecho, cada vez ahora siendo mayor que veo ese huequito me viene a la memoria esos pequeños ratos donde me escondía con mi hermana.

- Yo iba con mi madre a comprar las tripas para hacer morcillas y chorizos para la matanza. 

- ¿El mercado? La infancia, mi madre, puestos y más puestos. Colores vivos, brillantes. Rumor de gente pasando, charlando. Pescados raros de ojos brillantes, “ mamá ¿Qué es eso, hielo o nieve?”. Hierbas desconocidas “dé me un poquito de perejil”. Batas blancas pero un poco sucias. Bombillas tenues, el ruido de monederos, papel de estraza, básculas fieles, una señora con la lista de la compra, saludos, murmullos, olores fuertes, una carcajada, “hijo, no se puede tocar”... Soy feliz. Soy un niño que hace la compra con su madre en el mercado.

- Para mí el mercado ha sido un lugar al cual acudía muy a menudo para comprar lo que mí madre me “mandaba”. De esta manera podía visitar a mí hermana, la cual tenía un puesto de carnicería, en la planta superior.
Me acuerdo que según llegaba iba saludando “casi siempre” a la misma gente y me encontraba en los puestos con las mismas personas. Ese olor (tan característico en un mercado), ese gentío, esos jaleos y griteríos, esas “colas” pendientes de “su vez”, esas habladurías, esa limpieza... En fin, que el mercado ha sido un lugar de reencuentro con la gente conocida y desconocida, día tras día y semana tras semana...

- Mis recuerdos son de la infancia. Cuando acompañaba a mi madre, sin fijarme demasiado en lo que era aquello. Un lugar donde me aburría, entre la gente que esperaban y cuya espera se me hacía eterna. Quizá por ello y para entretenerme, inventaba historias, jugaba con una amiga imaginaria, o real, cuando, a veces, otra niña también esperaba en la cola con su mamá…

- “Lomos y jamones”: Mi recuerdo del mercado tiene que ver con “el cerdo”. Se centra principalmente en sus alrededores, concretamente en las calles aledañas hechas de adoquines. Y el recuerdo no es la belleza de los adoquines, sino sus relieves. El tortazo que me pegué gracias a ellos no fue espectacular, lo que sí que fue de risa para los espectadores fueron los porrazos del cabezudo “cerdito” que me arreó. Se puede decir que el “cerdo” se cebó con mis lomos y jamones; claro que tiene su lógica porque llevaba toda la mañana incitando al cerdito. Este hecho en la adolescencia deja una marca que todavía hoy recuerdo. Como dice el refrán, del cerdo se aprovecha todo, hasta sus andares.

- Este es el recuerdo que tengo del mercado: Cuando era muy pequeña recuerdo ir a comprar al mercado con mi madre y con mi abuela, recorríamos unos cuantos puestos para realizar toda la compra, era habitual pasar allí parte de la mañana. En la primera planta del mercado había también muchos puestos, pero de lo que más me acuerdo es de asomarme a ver la sala de despiece, que entonces existía en la parte central de esa planta.

- De pequeña iba con mi madre y mis hermanos a la plaza. Mi madre llevaba un monedero que al abrirlo se desplegaba una bolsa de tela, porque entonces no regalaban bolsas de plástico en los comercios. Nada más entrar a la izquierda comprábamos el pan. En el mismo pasillo casi al final los huevos. Tampoco te daban hueveras, sino que te los servían en bolsas de papel marrón... Aún no me explico como llegaban enteros a casa. 
La carne la comprábamos en el piso de arriba, en “los manchegos”. Casi siempre tenían un sugus para mí. Hoy, el puesto del Constan está cerrado y el de su hermano Adolfo lo lleva el sobrino. Cuando había que esperar mucho rato, mis hermanos y yo jugábamos al escondite, aunque solo te podías esconder en el hueco de la escalera... 
Al terminar la compra yo insistía siempre en salir por la puerta más cercana a los franciscanos, porque estaba el puesto de los encurtidos y sólo con pasar cerca ya se me hacía la boca agua. Allí comprábamos pepinillos y olivas negras de esas arrugadas. Las verdes son aceitunas, las negras son olivas, ¡Qué cosas!

- Allá va mi recuerdo. Era la plaza. Mi madre iba a la plaza, no al mercado, y a veces me llevaba. Olía a carne cortada y humedad. El suelo, de cemento, escurría hilillos sangrientos junto a la carnicería del Villar. La más concurrida. La más aburrida. Pero la más surtida y barata. ¿Quién da la vez? Y se la daban, pero pasaban los minutos despacio, eternos, para un crío curioso pero nada interesado en costillas, lomos o tripas. Llegué a odiar la frase... “ no sé que me pongas”, de la señora que se pasaba el rato cotorreando y cuando le llegaba el turno no sabía qué pedir. Y pese a todo tenía encanto. La plaza, no la señora. Era, en fin, el verdadero centro de la ciudad. Del pueblo, mejor dicho. Soria. Cualquier día de 1970. Por ejemplo.



- Ir a la plaza, se decía cuando yo era niña. Solía acompañar a mi madre en vacaciones, y a pesar de las manos y pies helados, me encantaba recorrer los puestos comprando fruta, carne y pescado (que por cierto daban envuelto en papel de periódico). A menudo le pedía a mi madre que me comprara pepinillos, me gustaban mucho pero me producían picor de garganta y nariz.

Lo mejor de todo era cuando venían vendiendo el queso fresco de cabra, que traían en unos cestos enormes y estaba riquísimo, y la mejor época: la Navidad, porque todos nos deseábamos felices Pascuas y vendían acebo en los aledaños del mercado.


- Recuerdo el mercado porque todo lo nuevo estaba a la altura de mis ojos. No miraba ni arriba ni abajo, sólo al frente: a los ojos de los peces, a las manitas de cordero casi transparentes, a los callos, que siempre me parecieron setas gigantescas, a los cubos azules rellenos de aceitunas negras, y esas latas gigantes de bonito frito. De vez en cuando había que cerrar los ojos porque algunas cosas como las criadillas, el hígado o los sesos me impresionaban tanto que tenía que agarrar fuerte la mano de mi madre, haciéndome un hueco entre las bolsas de naranjas, las acelgas y las costillas falsas. Ese es mi recuerdo del mercado, eso y el cruzar muy rápido por la esquina del puesto más cercano a los franciscanos porque el olor a “vinagres” era tan fuerte que no podía soportarlo. Hoy soy adicta a los pepinillos y cebolletas...


Los recuerdos de los que eran niños están ligados a esta tienda y otras que había de encurtidos y chucherías cercanas al mercado y claro ligada a los olores del fuerte vinagre que no se olvidan:


- En la esquina de la Plaza de Abastos que da al actual Supermercado del Calzado, había un puesto de chucherías, encurtidos, etc, que regentaba un señor que le apodaban “el Cubano”. 

No sé porqué le cantábamos los críos: ¡Ché cubano, feo y con bigote!. El hombre se enfadaba tanto que en ocasiones intentaba seguirnos para atizarnos pero nunca lo conseguía. Mucho más se enfadó cuando agachados por debajo del mostrador le conseguimos meter un ratoncito muerto en el recipiente abierto de los pepinillos. Tampoco consiguió cogernos.


- Siempre estudie al lado del mercado. Cuando tenía un duro me compraba un pepinillo en vinagre en el puesto de la esquina y sólo de pensarlo me pasaba la hora anterior segregando saliva y tragando. Cuando era jueves el ruido de los puestos, de la gente, de los vendedores, era la “música” de fondo de nuestras clases. 
Siempre será un recuerdo imborrable en mi memoria pues tocaba mis sentidos, la vista, el oído, el olfato y por supuesto el gusto.



-Sirva, mediante estas lineas, un pequeño recordatorio, por allá, principios de los años ochenta, de quien escribe y estudiante del entonces colegio público San Saturio, cuando sobre las diez de la mañana, empezaba para mi, la jornada estudiantil. Se sentía el mover y poner cajas en los puestos exteriores de la plaza de Bernardo Robles, conocida popularmente como la plaza de Abastos.

Cuando faltaba el profesor, un momentín, y la clase que ocupábamos, con las ventanas por encima de aquellos puestos, que llevaban horas sintiéndose el murmullo de la ama de casa comprando y el tendero despachando, nosotros, traviesos, les tirábamos alguna goma o papeles en bola sobre los toldos desplegados de aquellos puestos. De vez en cuando, el frutero o el panadero daba cuenta en la portería del colegio, que por aquellas ventanas de esa clase tiraban cosas. 

A la hora de comer y antes de ir a casa, el día que teníamos un “duro”, pasábamos por el puesto de “la Mari” la aceitunera, a por nuestro pepinillo, a ver si nos tocaba más grande que al compañero, que se lo había vendido un poco antes.
Son las tres, de vuelta a la vida estudiantil de la E.G.B. Se veía recoger los puestos y cerrar las persianas, ¡buen día!, el montón de cajas y verduras era grande.
Los jueves, había que esquivar la cantidad de basura que estaba acumulada hasta llegar al cole, eso si, casi siempre los servicios de limpieza solían dejar la salida libre a tiempo. Me gustaba cuando nos dábamos el paseo por el mercadillo y mirábamos aquellos pollitos azules, rosas o verdes que mezclados con el amarillo original, parecían que también estaban pintados. Y los patitos, que alguna vez compré y luego papá tuvo que criarlos. En Navidad, imagínate, no probé bocado.
Son las cinco y media, salida del cole, al alboroto de la mañana en los puestos, se ha disipado, sólo se siente el olor a lejía de los pasillos interiores del mercado y es la ocasión para corretear de una puerta a otra, atravesando la infinidad de puestos y desviando la atención del encargado. Se oye el eco en el colegio vació del mercado “¡niño oos! ¡Que está fregao!”, y salimos por la otra puerta que tiene escaleras, allí encontramos el camión frigorífico del matadero descargando la carne, que al día siguiente el ama de casa compraría.
Seguro, que el frutero, el panadero, el mercado y la propia “Mari” echarán de menos a los alumnos del San Saturio y la Presentación.


Las abuelas y los abuelos son uno de lo recuerdos más evocados por los que eran niños, pero es que a ellos se les tiene un cariño especial y son evocadores del pasado:


- Mi abuela siempre vestía de oscuro, eso y su moño perfecto, era lo que más me gustaba de ella. Mi recuerdo va de su mano. Me veo con ella, alta y fuerte volando a la “plaza”, al mercado. Subimos las escaleras, a la parte alta, los conejos y gallinas dormían amarraditos por los rincones. Era Navidad y había que comprar el pollo de corral para Nochebuena. Cuando me preguntó: ¿cuál te gusta? la miré, y sonreía tanto, que esa es la imagen que prefiero cuando quiero volver a verla.



- Mi abuela cuando ella no podía ir a comprar al mercado me mandaba que le comprara el pollo en un puesto, el pan en otro, carne en otro, verdura en otro, vamos que iba puesto por puesto a comprar una cosa en cada uno. 

- Yo de pequeñito iba con mi abuela a los puestos de fruta y ella compraba fruta y verduras para toda la semana, también comprábamos el pan y el pescado en el puesto de Begoña.

-Mi recuerdo más nítido del mercado es cuando iba, hace muchos años, con mi vecina Susana al puesto de su abuela. Éramos unas niñas. La verdad es que no sé si íbamos muchas veces, pero lo recuerdo bien. La abuela de Susana tenía una carnicería en el mercado. Me acuerdo del mármol blanco y frío y de la carne roja colgada. Me encantaba pasar por la puerta y entrar dentro del puesto. Si mal no me acuerdo, la abuela de Susana siempre tenía un caramelo, o algo así... Después corríamos por los pasillos, bajábamos las escaleras y las volvíamos a subir y dábamos otra vez la vuelta...”

- También recuerdo a mi abuela Flora que en su puesto-carnicería de la planta de arriba, se sentaba en un taburete con el brasero de carbón entre las piernas y unos guantes gordos de lana negros, esperando que llegase alguna clienta a comprarle, entre otras cosas, algún conejo que según ella eran los mejores porque habían sido cazados con hurón.

- El mercado me trae a la memoria un recuerdo muy especial y entrañable. Me hace recordar a una gran persona que ya no está conmigo, mi abuelo. Recuerdo una especie de ritual que se repetía casi todos los sábados. Mi abuelo venía a mi casa por la mañana con un paquete de churros. Desayunábamos chocolate con churros todos juntos, creo que para mi siempre será el mejor desayuno del mundo…
Después esperaba a que me vistiese, me lavara y peinara y cuando estaba preparada nos íbamos los dos al mercado. 
Seguro que comprábamos muchas cosas, pero yo me acuerdo especialmente de que comprábamos hígado. A mi me parecía algo bastante asqueroso, pero me encantaba ir a su casa, ver como lo cocinaba y sobre todo sentarme con él a la mesa y hablar. Compartir esas pequeñas cosas con aquel gran hombre, me ha hecho que me encante el hígado y cada vez que voy al mercado no puedo evitar acordarme de aquellos maravillosos momentos que viví con él y todo lo que me enseñó.


Incluso hay quien evoca su recuerdo desde una supuesta conversación con su abuela, qué seguro que fue real en el pasado:

- Hola abuela, hoy es sábado y no tengo colegio. ¿Dónde está el abuelo? / Está preparando el carro de la compra. Hoy también le acompañas al mercado? /Por supuesto. Seguro que me compra torta de aceite para la merienda de esta tarde. Y las chuletas que le encantan a mi hermano para comer mañana todos. Voy con él y le ayudo a tirar del carro, que ya no puede solo. Me pregunto porqué cruza toda la ciudad para ir allí a comprar. /Mari, acaso no te gusta esconderte en la despensa y picotear de la caja la fruta tan jugosa que guardamos siempre. Acaso mañana no volverás para desayunar las deliciosas magdalenas que hoy te han sobrado. Acaso no le pedías al abuelo que a la tarde te rellenara la torta con unas buenas rodajas de chorizo... / ...Hola abuelo, ¡uf! que frío hace, ya has preparado el carro. /Lo siento niña, va a venir tu padre con el coche para subirnos al supermercado ese nuevo que han abierto en el polígono. Dice que allí tienen de todo. /No creo que allí sepan lo que es la torta de aceite.

Los recuerdos están llenos de pequeñas anécdotas que reviven la realidad de las personas. Personas que trabajaban en el mercado y que conocían el interior del mismo, detrás de los puestos, o de personas que trabajan en otros lugares pero usaban el mercado como lugar de avituallamiento.


-En los años sesenta los carniceros, algunos, se ponían a jugar partidas de guiñote para ganar el café. Se jugaba en el tablero con el que se cerraban los puestos en vez de persianas.



- Hace muchos años (cuarenta) estábamos sin hacer ventas y nos pusimos unas cajas en el pasillo cuatro compañeros a jugar a las cartas, el encargado nos denunció y… me entra la curiosidad cada vez que releo este recuerdo de saber qué pasó después.

- Un cliente mío de ochenta y nueve años, no hace mucho tiempo me contó, que allá por el año 1930 aproximadamente, una cosa que el había vivido cuando estaba con su madre en los puestos de fuera de la plaza de verdura. En uno de ellos vendían dos chicas jovencitas (no creo conveniente decir los nombres), y llegaron los de la falange que venían a requisar mercancía. Al llegar al puesto de las jóvenes, les dicen: te requisamos estas verduras, una de ellas se adelanta con el cuchillo con el que estaba pelando la borraja. Le coge de la pechuga y le dice: ¡si tienes cojones me tocas la barquilla, que con esto saco para comer yo y mi familia!. Este señor me decía: ¡Parece que lo estoy viendo!

- Recuerdo esos jueves en la plaza llena de vida, dónde se juntaba todo el mundo para comprar y vender y tratar de ganado. Venían de todos los pueblos de la provincia. Y se compraba y se vendía, huevos en una cesta con paja, perdices, una gallina, una liebre. 
Mujeres de los pueblos cercanos traían gallinas en las cestas y en las misma cesta ponían el huevo y salían cacareando y alguna se escapaba ¡Por los pasillos cogiendo gallinas! Las mujeres mayores vendían en sus cestas y cajones. Una señora mayor se estaba durante cuatro o cinco horas sentada en una banqueta para vender sus cangrejos. Estaban tantas horas para sacar alguna pesetilla más.

- Mi recuerdo del mercado es muy reciente. Todos los cursos procuró comprar algo de despojo en la casquería para enseñarles a mis alumnos de biología, cómo es realmente un corazón, o un pulmón, o un riñón (de cordero, vaca o cerdo, por supuesto). Muy amablemente me atiende el dependiente o dependienta y por un muy módico precio pasamos una clase diferente a la tradicional. Al principio los alumnos son reacios a manipular ese tipo de vísceras aunque siempre hay alguno un poco más decidido que “mete mano” sin pudor a esos despojos. En fin que procuraré que ese recuerdo se renueve cada curso escolar en mi cole, el San José, que tan cercano está del mercado.


- Recuerdo que, cuando yo estaba en la Tetería, entre 1991 y 1994, comprábamos cada semana flores frescas en el mercado o en la plaza, para ponerlas en jarrones sobre cada mesa del bar. Así que en mis pensamientos siempre relaciono las flores con el mercado. Yo disfrutaba de ellas sin saber dónde se habían comprado, ni imaginar que años después leería estas letras.


Hay personas que se han tropezado con mi proyecto y han querido contribuir a él, por qué en realidad no son habituales en el disfrute del edificio:

- Una tarde, hace pocos días, paseé por el mercado, algunos puestos de frutas estaban abiertos. La imagen de puestos cerrados y abiertos ofrecía una ambigua impresión, que acentuaba la idea de un lugar abandonado a su suerte, no en vano, en poco tiempo será derribado. Es un ejemplo más de los mercados de toda la vida, pequeño, funcional, recoleto, irregular e impregnado de historias, marcadas algunas en sus muros. Hoy se siente al rodearlo en lento caminar, el transcurrir del tiempo y la dura realidad de la existencia. Hay un halo de finitud que ya se respira, el reloj de arena ha dado su última vuelta, se inhala en su rededor. Al terminar de circundarlo, me iba acordando de aquellos otros mercados y cuan cambiante es la vida de cada uno, mientras pensaba en como los latidos de todos ellos, son latidos de la evolución de una ciudad, y sus gentes, donde todos, una y otros, cambiamos y desaparecemos para que otros ocupen nuestro lugar. Llegué a casa, hacía tiempo una ensalada no estaba tan sabrosa. Un foráneo recién llegado.

- Creo que estuve solo una vez, y creo que era para comprar algo de casquería me suena... Callos o lengua o algo así, pero no me acuerdo de más.

- Al no ser de la misma Soria pero haber vivido allí dos años, recuerdo el impacto que nos supuso a David y a mí la primera vez que pasamos por allí y ver por la mañana las señoras en los alrededores del mercado con los carros y los cestos, charlando y poniéndose al día de sus quehaceres diarios. En alguna ocasión compramos algo de frutas y verduras con la sensación de parecernos más auténticas. Acostumbrados como habíamos estado nosotros a los grandes supermercados desde niños, este espacio de encuentro tan enriquecedor y lleno de vida nos llamó mucho la atención y en cierto modo, nos sugirió la vida apacible de las épocas pasadas con un ritmo pausado y evidentemente más natural que recordamos con cariño, que Soria aún mantenía y esperamos que todavía lo mantenga. 

- No frecuento mucho el mercado, lo conocí tarde y me agobia la gente, las luces, los puestos y los pescados. Pero hace dos años compré un cerezo, que he plantado en mi jardín, y cada primavera me llenan de esperanza e ilusión sus botoncitos blancos y las frutas rojas.


-Ya han pasado 18 años que estuve viviendo en Soria ¡18 años! !qué barbaridad! Al salir de trabajar en el Colegio Sagrado Corazón, camino de casa solía parar en el mercado a comprar el pan. Todavía me viene al recuerdo el olor a pan, a frutas, a verduras...


Otros recuerdos son reflexiones sobre el cambio de los tiempos y el cambio en las relaciones. El comprador y el vendedor de un mercado tradicional se conocían y se llamaban por el nombre:


- Gente, ruido, bullicio, colores... pero sobre todo, un trato amable entre tendero (no comerciante) y comprador (no cliente). Te llaman por el nombre y te preguntan por la familia, como si te conocieran de toda la vida. No te importa esperar a ser atendida, quizá porque ese tiempo sirve para charlar amigablemente unas con otras (mi recuerdo del mercado es sobre todo femenino).
Hoy, en cambio, la compra se asocia con la prisa y la pérdida de tiempo. ¿O es que nosotros hemos crecido? Un niño nunca tiene prisa.


Otros sólo se acuerdan del mercado en fechas marcadas, como las navidades. Y cómo no, algún recuerdo tendrá más de un soriano de ir al mercado el viernes de toros:


- Recuerdo los viernes de toros comprar la fruta con la peña Ilusión para comérnoslas en la plaza de toros y recorrernos los puestos bailando tomando moscatel y pastas con toda la gente que estaba en la plaza de abastos.



- Recuerdo siendo niño venir a comprar al mercado con mi madre y ver todos los puestos ocupados y con largas colas de gente esperando su turno para comprar. Pero tengo un especial recuerdo del día de Nochebuena, ese día estaba el Mercado a rebosar, y tanto mis hermanos como yo esperábamos ese día para venir a Soria y ayudar a mi madre con la compra. Por supuesto que esa ayuda tenía recompensa, normalmente una figurita para el Belén.

- Mi último recuerdo entrañable del mercado fue cuando tocó la lotería de Navidad en Soria, con esto no quiero decir que esa sea la última vez que he estado en él. 
Me acuerdo que era veintitrés de diciembre, los mercaderes, aprovechando la ocasión, habían traído sus géneros más exquisitos y selectos, los puestos estaban llenos de gente esperando su turno pacientemente hablando entre ellos, comentando la suerte caprichosa de la lotería, interesándose por la vida de su interlocutor. Todo era bullicio, en los pasillos se respiraba alegría, o bien, por la lotería, o bien, por la Navidad, pero había algo en el ambiente que te hacía sentir feliz. La sensación mía de ese día era que el mercado estaba vivo.

Otros recuerdan los sudores pasados trabajando o ayudando a sus familias en el mercado :

- Desde que murió mi padre hasta que se jubiló mi madre que le sustituyó en la carnicería, aproximadamente doce años, yo bajaba todos los sábados a las ocho de la mañana para ayudarle a subir los corderos, cabritos, cestas con lomos embuchados, pollos, etc. Desde las cámaras frigoríficas situadas en el sótano de la Plaza de Abastos hasta la última planta, escaleras arriba y las manos congeladas pues al frío de Soria en invierno se le sumaba el de las cámaras.
Recuerdo también que después me frotaba las manos y las orejas con agua caliente y se me ponían más rojas que la sangre de los animales que tenía que transportar.

- No es que tenga mucha memoria, pero de los días pasados en la Plaza de Abastos en mi adolescencia, alrededor del puesto que mis padres tenían en la planta de arriba del mercado, hace que algunos por su importancia en mi vida, todavía permanezcan y estén muy presentes en mis sentimientos.
Como mi abuela también administraba otro puesto, posiblemente el primero que se abrió en la Plaza, también se “aprovechaba” de mí y me mandaba recados, aunque tenía un genio de echarla de comer aparte, yo asumía lo que me encomendaba pues solía ser su predilecto, no en vano le ayudaba a menear la sangre para hacer morcillas. 
¡Qué buenas las morcillas que hacía mi abuela y las güeñas que hacían mis padres!, Éstas, cuando se ponían un poco duras eran inmensamente ricas, a mordisco o en bocadillo. Resultaban ¡increíbles!, tanto que a veces mi padre las vendía como chorizos. Hoy guardo yo la máquina donde se rellenaban las tripas.
Había días que la temperatura a las ocho de la mañana era de menos doce grados. Nunca entendí que la carne que no se vendía a lo largo del día, hubiese que bajarla a la cámara que se alojaba en los sótanos del mercado, con la que caía por las noches.
Mi madre me levantada muy temprano, me abrigaba bien, aunque era habitual el vestir pantalón corto y calcetines hasta la rodilla, y me desplazaba entre montones de nieve a la Plaza, para hacer de ayudante de mis padres y subir el género depositado en la cámara frigorífica, que hoy se me antoja inmensa, debido a mi corta edad, supongo. Era el almacén de la semana. Con el frío decían que la carne se oreaba y se descuartizaba mejor. Me echaba un trapo al hombro (recuerdo que eran telas de la carne que llegaba de Argentina) y empezaba a cargar pedazos de ternera, corderos, y cabritos. 
Habitualmente yo solamente podía cargar un cordero, pues con la pieza encima no se podía manipular bien los demás, pero siempre había algún carnicero (al ser la cámara compartida) dispuesto a cargarme dos o tres más; me los cargaban con la panza hacia arriba, le habrían las patas y encajaban la “torre” de corderos hasta que les decía basta. Solía hacerme el valiente para cuando llegaba al puesto, los dejaba caer exhausto encima del mostrador, con vigor, para quitarme y nunca mejor dicho “el peso de encima”. Llegado el mediodía otra vez a la cámara con lo que no se había vendido y así día tras día. Las paletillas o piernas sueltas, las introducía en un cesto de mimbre y bien tapado con un trapo super limpio, iban a la cámara, debajo de donde se colgaban las reses. Siempre el sábado era cuando más se trabajaba. Nunca se me olvidarán dos personas, recuerdo muy bien su nombre, pero prefiero no citarlos sin su permiso. Eran dos tratantes de ganado, y eran los que “echaban” las reses, así se expresaban mis padres, “échame para el viernes cuatro pequeños…” era el argot del carnicero. Se acercaban al puesto y mis padres les daban dinero a cuenta de lo que les habían “echado”. 
Hoy desde la lejanía del tiempo se me antoja como algo muy peculiar, pero que entonces debía de ser una cosa muy normal. Sacaban de la chaqueta un fajo de billetes enorme, que seguía engordando según avanzaban de puesto en puesto con la aportación de los carniceros. Tan solo una libreta servía para hacer que el trato fuera válido; era fantástico, tanta honradez por parte de ambos, bastaba la palabra.
¿Y los jueves? Era de traca, ¡qué pasada! Toda la parte de arriba del mercado, pasillos e incluso escaleras, se llenaba de mercancías cual mercado medieval; gente venida de todos los pueblos ofertaban sus animales vivos, atadas las patas para que no se escaparan, a modo de estampa del mejor zoco y era una algarabía permanente durante toda la mañana. Al terminar quedaba todo lleno de papeles, paja, cuerdas…
Muchos días de mi vida pasé entre sus cuatro paredes, frías, con unos w.c. turcos que todavía los tengo en mente. 
Pero siempre había un momento fantástico, que era la taberna del Félix, mi padre me llevaba de vez en cuando a comer algo que previamente le había bajado para que lo pasara por la sartén, por lo general, lechecillas y criadillas, excelente manjar. 
Muchos días en la taberna que siempre estaba con gente, mi padre, me hacía cantar delante del personal por Marisol o Joselito.


Los recuerdos recorren los días de la semana, el sábado y sobre todo el jueves son especiales y recordados acompañados como no de la gente que hacía que el mercado fuera posible.


- Mi recuerdo sobre este mercado es cuando iba al mercadillo los Jueves. Mi madre me enviaba a comprar fruta e hígado. A veces iba sola y otras me acompañaban mis amigas. Lo que más me gustaba era ver la fruta, que color tenía, el precio y comparándolo con otros puestos. En alguna ocasión tenías la posibilidad de probar un poco de fruta que te daban los dependientes.



- Yo iba todos los sábados con mi madre y mi padre. Los veranos, también los jueves. Recuerdo el ruido que me rodeaba, hecho de voces, golpes y máquinas. Recuerdo los puestos de fuera que rodeaban el edificio, sobre todo el de caramelos, la panadería y muchos de frutas y verduras. Pero sobre todo recuerdo el primero de dentro, de la planta baja, según entras por la parte del collado, ubicado a la derecha: el de verduras del Manolo, quien siempre me pareció igual de viejo e igual de bueno. 
Me acuerdo de su fingida seriedad y mal genio y su cariño y afecto mal disimulado; de sus conversaciones con mi padre, acodados en el bar que también estaba dentro del edificio... donde muchas mujeres le iban a buscar para que les atendiera, cansadas de esperarle. Me enseñó a pesar en la romana y a limpiar las zanahorias con el jersey. Me acuerdo de ver volver a mi madre cargada de bolsas blancas; a veces las dejaba “donde el Manolo” y seguía comprando y mi padre y yo, esperándole entre el puesto y el bar, donde ellos bebían cervezas, fumaban ducados y yo sorprendentemente, ahora que lo pienso no me aburría nunca. Todavía hoy me encuentro alguna vez al Manolo, que hace mucho que ya no tiene puesto. Sigue siendo bueno y ya no disimula su cariño. La próxima vez que le vea le voy a preguntar por algún recuerdo del mercado... alguno en el que salga yo.

- Como te comentaba mi recuerdo del mercado más cariñoso es cuando iba por las carnicerías a recoger la grasa con mi buen amigo José Giaquinta “El Burra” (Que descanse en Paz), con el cual tuve momentos de convivencia extraordinarios. José, que era una excelente persona, a pesar de su presencia poderosa y de respeto, era un hombre entrañable y con un corazón inmenso. Para él va mi recuerdo del mercado, al margen de otras muchas vivencias que tuvimos en la recogida de la grasa.

- Mi recuerdo del mercado es de un lugar de encuentro lleno de bullicio donde la gente además de comprar compartía charlas. 
Recuerdo la entrada del mercado flanqueada por dos puestos de encurtidos pero recuerdo con más fuerza el que estaba situado a la derecha según se entra, quizá porque ha estado más tiempo, recuerdo perfectamente a las personas que allí estaban, Simón y Mari, recuerdo cuándo te acercabas ese olor a vinagre que te hacía salivar.
En la entrada a la izquierda, donde hoy está la máquina del café había una panadería. Por entonces había un bar en el mercado.
En la parte de arriba había muchas carnicerías pero yo recuerdo la de la señora Angelines, vendía cordero y cabrito, la recuerdo con un delantal blanco impecable y con manguitos, su puesto tenía un mostrador de mármol, a su lado Feli, vendía pollos, a Feli la recuerdo igualmente con un delantal blanquísimo. Durante muchos años he ido al mercado con mi abuela y mi madre, por eso ahora ir al mercado es para mi una costumbre adquirida, y de la que me siento orgulloso, ya que en el mercado se ve como es una ciudad, sus gentes, sus gustos y sus costumbres.
También recuerdo, y vuelvo a la planta de abajo dos charcuterías, Rosa que sigue estando y Tori, recuerdo esos jamones colgados en los puestos, ese olor a queso, había un queso muy popular que se llamaba “los claveles”. Y en la parte de afuera un puesto con cosas de temporada, cardos en Navidad, flores para los Santos, verduras y hortalizas y caracoles. Si caracoles colgados en saco y que te los vendían a peso, los pesaban en una romana. Son tantos los recuerdos que tengo, que no pararía de contarte pero dejaré alguno para otro momento.
Mis recuerdos son fotografías que han quedado en mi retina, por eso ahora llevar a cabo proyectos en el mercado me hace mucha, mucha ilusión y luchar por la supervivencia de algo tan tradicional como él .Gracias por estos proyectos.

- Tengo muchos y dispares recuerdos de la plaza de abastos, dado que por mi profesión he tenido contactos con muchas de las personas que atendían en los puestos y con los cuales manteníamos relaciones comerciales. 
Entre éstos recuerdos especialmente a Ángel Martínez un gran profesional del jamón, buena persona y mejor amigo. José Luís Gómez, que todavía trabaja en su puesto e igualmente buen amigo de muchos años, Arturo Virarás, Antonio Fernández con el que todavía mantengo gran amistad y seguimos comentando los temas de actualidad... y muchos otros, a los que también quiero mandar un saludo. Recuerdo especialmente a Vicente Loza, porque era amigo de mis padres ya que procedía de Baños de Río Tobía, pueblo cercano al de mis padres y mío, era una persona muy agradable y dicharachera.
También me vienen a la memoria los puestos de las rabanizas, en los huecos exteriores que circundan el edificio, donde mi madre compraba las verduras, tomates, etc, y sobre todo los regateos que con ellas hacía sobre los precios y calidades de sus mercancías: grandes momentos de risa oyendo lo que se decían entre ellas, con mucho salero y buen humor.
Todos los años desde que llegamos a Soria en el año 1962, entre noviembre y diciembre es obligatorio bajar a la “plaza” a comprar caracoles y berza. Antes bajaba mi madre con alguna de las personas que tenía en el servicio, pero ahora la bajamos nosotros a comprar los caracoles y la berza, que es plato obligatorio en nuestra casa en la cena de Nochebuena, y la consiguiente ilusión por la proximidad de estas fechas.
Tengo grabado en la memoria el recuerdo de la “Tasca del Félix”, porque la primera vez que entré en ella, siendo yo muy niño, me llamó poderosamente la atención el sombrío ambiente que en ella reinaba, los fuertes olores a vino y a tabaco, y la figura de Félix detrás de la barra, con su delantal. ¡Me parece que lo estuviera viendo todavía!
Espero que con la nueva remodelación, aunque perdamos un entrañable edificio y muchos recuerdos, podamos recuperar la vida que siempre ha tenido “la plaza” y sea nuevamente un punto de encuentro de los sorianos en torno a la compra de las necesarias viandas. Trabajemos todos para ello.

- Me llamaba poderosamente la atención y aún recuerdo los delantales rayados de color verde y negro que usaban pescateros y carniceros, la fuerte mezcla de olores de los productos expuestos aderezada con un vaporoso humo producido por el ascua del imprescindible caldo liado en forma de cigarrillo de las prestigiosas firmas ideales, peninsulares, celtas, ducados o picadura de petaca de la tabacalera española S.A., que todo el mundo consumía sin excepción, ya que las respetables clientas y sus hijos no nos convertíamos según hemos descubierto más tarde en fumadores pasivos. También viene a mi memoria a propósito de aromas y fumeques el olor de los encendedores de mecha amarilla, y de los fósforos con rabillo de cera que en pequeñas cajas de cartón y con un poco de lija pegada en el costado suministraba fosforera española de cuarenta en cuarenta unidades.
Un matrimonio muy mayor vendían en la entrada por la parte de la plaza de Bernardo Robles, escachos y otros peces que ellos mismos pescaban probablemente en las inmediaciones del curso fluvial que atraviesa nuestra ciudad, en la misma plaza Bernardo Robles. Y en el puesto exterior izquierdo, que en la actualidad despachan pan y repostería suministraba el tío Ché regalices de barra “cinco barritas una peseta”, guindillas, cebolletas aceitunas, pepinillos y toda clase de escabeches y encurtidos. Las rabanizas romana en mano las mejores patatas, zanahorias, cebollas lechugas y hortalizas del mundo. El Felix en su tabernaculo cabezas de cordero asadas increíbles buenísimas de lujo, servidas en la taberna más humilde y escueta; pocos metros más arriba “destilerías Rivera” si le pedías algo que no tuviese lo preparaba para mañana, moscateles, quinas, aguardientes, licor de menta y demás derivados etílicos.


Muchos de los recuerdos, algunos ya contados y otros que expongo ahora tienen añoranza de los buenos ratos pasados en la taberna, que echan de menos muchos de los usuarios del actual mercado:


- Yo salía en el recreo del colegio de los Padres Franciscanos y me acercaba a la carnicería de mi padre, que en ocasiones me daba un filete y me bajaba a Casa Félix para que me lo hicieran a la plancha, lo metía en un chusco de pan recién hecho y me sabía a tu nombre.



- La “Casa Félix vinos y licores”. Este establecimiento era taberna y servían comidas, situado enfrente del mercado de abastos, en la misma acera que el colegio de los Franciscanos. 
Lo regentaba Félix, personaje quijotesco con cadencia de una pierna, la cocinera estaba entrada en carnes y con cierto aire italiano. A primera hora de la mañana, Arturo el casquero y otros, se tomaban el primer moscatel mañanero, a media mañana, estudiantes del Instituto Machado y gentes del pueblo que venían al mercado, deleitaban las viandas de Casa Félix, callos, morreras y cabezas de oveja asadas. 
La barra la presidía un cuadro de Santiago Matamoros y el salón de las mesas lo observaba el ciego con rabel de Francisco Goya. También había personajes peculiares como “Chato”, Felipe, “Bay”, “Rubio el legionario”, etc. 
A mediados de los años setenta el local se convirtió en mentidero utópico, con acratas, trotskistas, dadaístas y algún mirón de la secreta que entre porrón y porrón la revolución iba hacia delante: Edu, Negus, Maite, Joseba, Lolo, Juanma, Chuti, Toni el negro y estudiantes del colegio universitario. 
El local se cerró en los primeros años ochenta y el edificio fue derribado. Ahora solo existe un solar. Este establecimiento creo que era un complemento importante del mercado de abastos de Soria.


Otros recuerdos se quedarán en el recuerdo de cada persona y surgirán al leer este texto o simplemente al pasar por el lugar donde está pero no estará.


- Plaza de abastos soriana, que vividos recuerdos, de épocas pasadas de infancia, instituto y adolescencia, omnipresente mercado, hoy la piqueta te derriba inmisericorde, ¡pero como un milagro de primavera machadiano! De nuevo reverdeces, y siempre estarás, en nuestros corazones, tu mercado de ilusiones.



- Seguí tu línea, recuerdos de cardo y escarolas, sin contar con la casquería, en fin es el fin del de abastos, otro mejor estará... Por favor cuarto y mitad de chirlas. Hasta pronto.





Gloria Rubio Largo, Febrero de 2011.